Martina de chocolate

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El sol no había salido, todos dormían en casa, su hermano pequeño Guillem y su otro hermano más grande Gerard, estaban hechos un nudo en su cama. Sus padres también dormían todavía, era el momento ideal para hacerlo, Martina se agachó para que no la vieran sus padres y poco a poco se fue moviendo hasta llegar a la cocina.

La cocina estaba en silencio y a oscuras,  solo se oía una especie de ronquido que venía de la nevera ¿qué sería aquel ronquido?, se preguntó Martina, quizás eran los enanos que vivían en la nevera y que fabricaban cubitos ¿estarían ahora también durmiendo? Una vez leyó en un libro, que había máquinas que funcionaban con enanos, que no se dejaban ver nunca ¿podrían aquellos enanos hablar con sus padres? ¿Les explicarían lo que hacía ella cuando todos dormían? No, seguro que no, pensó Martina, si fuera así, su madre ya le habría dicho alguna cosa.

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Martina dejó de mirar la nevera y en medio de la oscuridad contó los pasos: uno, dos, tres y cuatro. Ahora dos más a la derecha, uno y dos, estirar las manos para tocar los cajones y volver a contar, primer cajón, segundo cajón y tercer cajón, y ya está, allí estaba el tesoro, no podía verlo, pero sabía que era lo que buscaba. Con cuidado saco el paquete de chocolate y sin hacer ruido para no despertar a los enanos de la nevera, corto un pedazo muy grande y se lo metió en la boca, ahora solo quedaba volver a contar los pasos y volver a su habitación.

«Mmm, esta buenísimo» pensó Martina, mientras relamía el pedazo de chocolate estirada en su cama.

Al cabo de un rato se escucho a su hermano mayor salir de la habitación, sabía que era él porque desde que había pillado la pubertad, arrastraba los pies y caminaba raro. Después oyó a su padre toser y a su madre hablar con su hermanito Guillem, le estaba haciendo cosquillas para despertarlo y ahora le tocaría a ella, cerró los ojos y se hizo la dormida.

La puerta se abrió y empezó a oír los pasos de su madre hacia su cama, y detrás de ella, otros pasos y unas risas, era su hermano pequeño y seguro que también venía a despertarla.

 -¡Maltina despierta! que mamá viene a hacerte cosquillas, dijo Guillem

– Chisss… Calla Guillem, que me va a pillar- dijo su madre mientras se reía.

Después de hacerle un millón de cosquillas, Martina se levanto, se fue a hacer pipí, se lavó la cara y fue a desayunar.

Su madre ya lo tenía todo en la mesa, su hermano  Gerard ayudaba, pero como arrastraba los pies, no iba muy deprisa, también Guillem ayudaba, pero no demasiado bien, de cada tres cosas que traía, solo una servía y luego estaba papa, que siempre ponía caras raras cuando abría un cajón y después de abrirlo se rascaba la cabeza.

Martina se puso también a ayudar y enseguida todos estuvieron en la mesa.

Martina ¿qué quieres desayunar?, le dijo su madre.

– Quiero pan con chocolate– dijo Martina

-Ya sabes que no puedes comer cada día chocolate– le dijo su mamá.

Pero Martina tenía un truco que no le fallaba nunca, se ponía a llorar y a quejarse, hasta que su papá o su mamá, le dejaban comerse un trozo de chocolate.

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Como siempre el plan funcionó.

Así pasaban los días, llorando y pidiendo chocolate, para desayunar, para el postre de la comida, para merendar y si en la cena no le dejaban, se levantaba cuando todos dormían y lo cogía a oscuras del tercer cajón  de la cocina.

Un día, su madre le dijo:

Martina, somos lo que comemos, y si comemos mal, nosotros estaremos mal.

Martina se encogió de hombros y siguió mordisqueando el trozo de chocolate, que después de llorar un rato, le había dado su mamá.

Al día siguiente Martina se despertó sola, su mamá se había levantado muy temprano para llevar a Gerard a jugar un partido y con ellos había ido Guillem, que siempre quería ver los partidos.

Su papá estaba ya en la cocina, lo sabía porque oía el ruido y la casa olía a desayuno.

Los días de partido eran los mejores, porque su papá siempre le dejaba comer chocolate y siempre le preguntaba lo mismo.

-¿Mamá te deja comer chocolate?  ¿Cuántos trozos? -le decía su papá

-Si papá, mamá me deja comer siempre, cuatro trozos de chocolate con galletas-le decía ella.

Su papá era muy bueno y nunca le preguntaba después a su mamá. Sabiendo que hoy pasaría lo mismo, Martina se fue al lavabo, hizo pipí y …

-¡Ahhhhhhhh!- gritó Martina al mirarse al espejo para lavarse la cara.

-¡Soy de chocolate!- empezó a gritar, mientras corría hacia la cocina para pedir ayuda a su padre.

Al entrar en la cocina, no encontró a su padre, pero sí que había alguien, unos enanos estaban colgados del grifo cogiendo agua  y llevándola en una fila india  hasta la nevera.

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Todos los enanos, empezaron a mirase entre ellos y a mirar a Martina, hasta que uno de ellos dijo:

-Es de chocolate.

-El chocolate está muy bueno.- Dijo otro enano.

Martina se dio cuenta de que todos los enanos la miraban y se relamían.

«Se me van a comer»,  pensó Martina.

Entonces empezó a correr hacia la puerta, mientras corría, oía como los enanos saltaban al suelo y la perseguían, Martina llego a la puerta de la calle, la abrió y salió corriendo de su casa, quería dejar de correr, pero no estaba segura de que  los enanos no pudieran abrir la puerta y perseguirla, eran muy pequeños, pero si se las habían arreglado para llegar al grifo y abrirlo, a lo mejor también podían abrir la puerta.

Martina siguió  corriendo hasta llegar a un parque y allí se paro para poder descansar, mientras le caía algo de la cabeza.

-¡Oh no! me estoy derritiendo-, dijo Martina.

Ella sabia, que cuando el chocolate se calentaba, se derretía,  y como había corrido tanto, estaba sudando chocolate, tenia que ir más despacio.

Empezó a caminar por el parque y todo fue bien, hasta que unos niños que jugaban a la pelota, la vieron…

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-Eh, mirad esa niña- dijo uno de ellos.

-Parece de chocolate– dijo otro.

-Yo quiero- dijo uno que se estaba relamiendo.

Martina se puso a correr otra vez hacia su casa, cuando llego abrió la puerta con cuidado y entro muy despacio para que no la oyeran los enanos.

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Poco a poco camino hacia su habitación y cuando llego se metió en su  cama, se tapo con la manta y empezó a llorar, lagrimas de chocolate.

«Mi mamá tenia razón somos lo que comemos, si no hubiera comido tanto chocolate, no me habría pasado nada», pensaba Martina mientras lloraba.

«Ojalá pudiera volver atrás, la comida de mamá estaba muy buena y el chocolate esta bien, pero tampoco esta tan  bueno, como para comer todos los días»

Martina, se prometio a ella misma que nunca más comería chocolate, que si volvía a ser normal, solo comería lo que le dijera su mamá y su papá.

Así paso un buen rato hasta que se durmió.

Al cabo de unas horas.

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Maltina!  ¡Maltina! que viene mamá- oyó de repente.

Un pequeño bulto empezó a subir por sus pies y llego hasta su cara.

Maltina que viene!- le dijo un sonriente Guillem.

Entonces unas manos empezaron a hacerle cosquillas por todo el cuerpo.

-Venga perezosa, que ya es de día- le dijo su madre riéndose.

Martina se miro los pies, las manos y salió corriendo  hacia el lavabo, se miro al espejo y …¡era normal! Durante la noche había cambiado y ya no era de chocolate.

Al lado de Martina estaba Guillem mirando hacia su hermana con la boca abierta, no entendía porque se reía tanto y se frotaba la cara continuamente.martina lavabo

Martina lo miro y le dijo -Guillem ¿hay enanos en la cocina?

Guillem sin cerrar la boca le dijo que no con la cabeza.

-¡Bien! – dijo Martina, mientras corría hacia la cocina.

Una vez en la cocina, Martina desayuno las tostadas y la fruta que le dio su mamá, no se quejo ni una vez.

«La verdad es que están buenísimas» pensó.

Pero mientras desayunaba se iba dando cuenta de que todo podía haber sido un sueño, quizás no fue nunca de chocolate y quizás nunca vio a los enanos de la nevera.

Después de desayunar, se fue a su habitación. Su madre se le había adelantado y miraba las sabanas de su cama, estaban llenas de chocolate.

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Martina se puso las manos en la boca y cuando iba a hablar, su madre le dijo.

Martina, coge a Guillem y salir al jugar al jardín, yo vendré con vosotros enseguida.

Martina obedeció a su madre y se fue al jardín con su hermano.

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-Guillem ¿a ti te gusta el chocolate?- le dijo a su hermano.

-Si Maltina, un poco- le contesto el pequeño Guillem.

-A mí ya no mucho, a partir de ahora comeré solo cuando lo diga mamá,- dijo Martina.

-Vale, ¿jugamos? – le dijo Guillem.

Pasaron los días y Martina ya no volvió a comer mucho chocolate, se dio cuenta que sí comía de vez en cuando, no le pasaría nada y se prometio que así lo haría para siempre.

Fin

¿O no?

Un mes mas tarde, los padres de Martina hablaban en la cocina.

-Cariño ¿has visto qué Martina ya no coge el chocolate del tercer cajón?- dijo su mamá.

-Si, lo he visto, ella se pensaba que no la oíamos levantarse- contesto su papá con una sonrisa.

-Si es verdad, desde la última vez que se durmió con el trozo que había cogido y puso la cama llena de chocolate, no lo ha vuelto a hacer- le contesto su mamá.

Los dos se miraron y dijeron al mismo tiempo:

-Mejor, porque somos lo que comemos-

Fin, ahora sí.

Textos: Andreu García

Ilustraciones: Silvia García

Notas del Autor:

¿Sabes comer bien?  Te dejo una pista para que la comentes con tu mamá y tu papá, el chocolate estaría en la punta del todo, donde dice ocasional, que significa muy de vez en cuando.

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